28 de abril de 2010

Manifiesto de humor otoñal II


Otoño debería ser parte de la metáfora más sublime y más hermosa.

Otoño es el otoño de Juan. Y también el de los besos que aparecen, tan nuevos, tan intermitentes.

Otoño son mis hojas secas. El papel que nunca está en blanco. Los amuletos que encuentro en la vereda.
El silencio preciso. La lluvia justa. El sol, el tan puro sol de otoño.

Otoño son mis gentes que renacen. Las alas renovadas. El abrazo caliente. Los ojos que arden.

Otoño es este abril que corre. Las tempestades de cielo celeste.
Esta vorágine de abril, que siempre es abriles, muchos miles y miles de abriles.

Otoño la belleza. El fulgor incandescente. Tu mano que me lleva, me lleva y la dejo.

Este otoño tan siempre mío, tan mi cuerpo negando el invierno, tan decididamente y sin tapujos el tiempo de la violencia. Y también de la calma. Tan falto de grises. De palabras que sobren.

Otoño siempre tan árbol. Tan desnudamente humano. El nombre de lo ajeno abajito de la sombra. El nombre de la sombra. De lo imposible. De la poesía.

Otoño siempre, infinito. Otoño tan metáfora inconclusa.

25 de abril de 2010

Suzie Q.



Hace unos días, por primera vez en mi vida, escuché música en un Wincofon (o tocadiscos). Jamás había experimentado ese sonido. Fue increíble. Una maravilla, es poco. Comprendí la fascinación que deberían haber sentido mis viejos cuando de pendejos les regalaron uno.

La música escuchada a través de ese aparato es asombrosamente diferente. Nosotros jamás sentimos algo similar. Todo es nuevo y viejo al mismo tiempo en estos días que corren. Estamos acostumbrados a los sonidos “limpios”. Los de un cd o un mp3 (que es el mejor invento en mucho tiempo, valga la aclaración).

En cambio un disco de pasta tiene ese sonido atrás, como a pisar hojas secas. Un no sé qué. Como cuando alguien llama por teléfono y está bien lejos. O escuchar una radio AM, de fondo, mientras se hacen otras cosas. A todo eso junto suena. Y a otras cosas más, pero inexplicables en palabras.
Y experimenté lo obvio cuando se descubre algo: la piel de gallina. La certeza de que me quedaría horas y horas escuchando discos de pasta. Después la memoria. Ésta, la mía, tan detallada.
Muchas personas tienen una asombrosa tendencia a enrarecerse cuando escuchan música. No cualquier música, la que los llena. La que los invade. Y los hace destinatarios absolutos de aquello que escuchan.
Mi viejo solía tener muchos discos de pasta cuando era joven. Para cuando yo nací le quedaban algunos pocos. Había perdido discos que amaba, como los de Quilapayún, Los Olimareños y las cantatas de Montoneros. Sí, mi viejo era bien peronista (creo que lo sigue siendo, pero de otra forma).
Entre los pocos discos de pasta que le quedaban estaba uno del pelele de Palito Ortega. Y uno de Creedence. Un día, no sé cómo, ni cuándo, mi viejo agarró ese disco, se lo llevó a alguien y trajo la grabación en casete. Hacía poco, para mi cumpleaños de 12 creo, me habían regalado el primer radiograbador de la casa.
Bailamos Suzie Q con mi viejo. Y Have You Ever Seen The Rain. Cada tanto poníamos el casete después de comer a la noche. Como una improvisada actividad familiar. Y solíamos bailar y cantar esas canciones.
Es rarísimo acordarme de estas cosas -quizás es por esa última canción que amo tanto la lluvia, la bailaba con mi viejo-. Pero el único nombre de una canción de Creedence que realmente me acordaba, y siempre lo hice, fue Suzie Q.
Esas fueron mis primeras lecciones de rock. Rock en inglés. El rock viejo que se baila tan lindo.
Nunca supe por qué eligió grabar ese disco de pasta. Ahora que pienso tendría que agradecerle al viejo por haber elegido a Creedence y no a Palito Ortega. Pero había algo ahí. Esa música en especial es muy mi viejo. Y tenía la capacidad de enrarecerlo. Escuchaba Creedence y de repente era un pibe de nuevo. Le nacía toda esa historia que tiene antes de mis hermanos y yo. Esa historia de banderas. Tan terrible y hermosa. Y tan mía también, de alguna forma.
Son demasiados detalles. Resulta asombroso como unas pocas cosas, de gentes absolutamente diferentes, pueden revivir memorias que una ni imaginaba que andaba guardando. Un dibujo en grafito. El sonido a pisadas sobre hojas secas de un Winco.
En fin, sólo me maravillo por esta memoria que anda encontrando recovecos dónde nunca se imaginó.




10 de abril de 2010

Otros.

Aprovechemos el otoño
antes de que el futuro se congele
y no haya sitio para la belleza
porque el futuro se nos vuelve escarcha...

Mario Benedetti


Este oleaje que recorre la piel
para que no se oxide. Un nomeolvides que dije hace mucho tiempo,
cuando creía en esas cosas.

Un silencio abrumador nostálgico distinto.
Te pienso. Estoy segura que idealicé mi imagen de vos, por todo lo que te quise.
Sé que cuando te vea vas a ser, inevitablemente, otra persona.
Y ya no te pensaré más.

Pero en el mientras
te imagino conmigo cuando éramos.
Y me invade lo absurdo de esos tiempos.
La vorágine de un amor tan pequeño y accidentado. Pero amor al fin.

Fuiste, y serás siempre, el principio de mis historias de amor.
Más allá de que hoy seas otro.

Y yo, a pesar de mi memoria,
tampoco sea ya más lo que fui.