29 de abril de 2013

Salado II.


Hace algunos días un amigo con el que solía convivir me devolvió unas fotos familiares que se traspapelaron en la mudanza. En una de esas fotos estoy, pequeñísima, con mi perra La Negra. Mi abuela paterna Nilia, la Chiche, que hacía la comida más exquisita que jamás voy a volver a probar, era la dueña de esa foto. La tenía en su casita del barrio Pompeya, al norte bien norte de Santa Fe. La abuela no tenía muchas fotos, sólo las importantes. Las de su casamiento, las de su mamá -mi bisabuela Aurelia, o Chocha, para la familia-, las de su papá -el bisabuelo Numa-, las de su único hijo cuando era chiquito y orejón –mi viejo, que sigue siendo ambas cosas-. Y las fotos de sus nietos. De esas tenía varias. Mi mamá le había regalado bastantes, para que la abuela no se quedara sin fotos nuestras.
Hace diez años la abuela se inundó. No llegó el Salado a su casa, pero sí el agua de lluvia, que tapó las calles, las veredas, entró en las casas y se quedó por varios días.
Apenas pudimos, sacamos a la abuela de ahí, hasta que bajara el agua. Estábamos lejos. Me acuerdo de la sensación de no poder salir de casa, de no poder ir a verla. Un dolor intenso y nuevo, que no conocía. Lo mismo con la Claudi, la mujer que nos cuidó (nos cuida) desde que me acuerdo. Ella estaba en Barranquitas. El Salado le llevó todo, todo. Hasta un tapial, creo, y muchas de sus mascotas. Lo mismo con mi viejo, en Barrio Alfonso. Ahí sí que llegó el Salado y ¡cómo! Azotó la casa y tuvieron que bajar del techo a mi hermanito de meses en un bolso de viaje hasta la canoa que los sacó de ahí, de la mierda marrón 

–¡¡Cuidado que en el bolso está mi hijo!!- gritó Alejandra, la esposa de mi papá. 

Hoy es una anécdota familiar. Lo mismo mis tíos y primos. A Centenario llegó el Salado y rompió el techo de la casa, el gato se fugó para siempre, y la mugre quedó por días y días y días. Mis tíos, que son sordomudos, se despertaron sorprendidos por el agua en medio de la noche. No imagino el miedo, no puedo.
Lo más terrible fueron las fotos. Después de los llantos, de los abrazos, de agradecer por estar vivos, de putear hasta quedarnos sin aliento, de gritar, de patalear, de marchar, de limpiar la mierda, de putear, putear y putear, lo que faltaba eran las fotos. No quedaban fotos de mis primos cuando eran chiquitos. Se perdieron fotos de mi hermanito Fabrizio, recién nacido. Varias de mi papá cuando era chico. Algunas de mis hermanos y yo.
Meses después, ese mismo año, perdí mis amígdalas, mi virginidad, mi novio. Y la perdí a mi abuela Nora, la abuela materna de los hermosos faroles verdes. Ella no se inundó, su hijo sí –mi tío-. Y eso la carcomió. El Salado la mató, sin dudas.
Ahora, diez años después, pienso que no pasó el tiempo. Que fue ayer. Ayer estaba en quinto año de la secundaria, despertándome de la siesta, sorprendida por la violencia de lo que se podría haber evitado. Son diez años condensados en un cúmulo de memorias que pueden contarse con los dedos de la mano. Y la memoria más feroz y más terrible es la de ese 2003. La del Salado. Es curioso que ahora viva en una ciudad donde el río me significa cosas tan diferentes, tan cercanas a la hermosura. Y hace algunos días mi amigo me dio esa foto en que estoy en el patio de una de las casas en las que viví cuando era chica con mi perra La Negra. Una foto manchada por el agua. Una foto rescatada. Traída del olvido a este presente, diez años después de que se nos metió el Salado adentro y nos tapó la boca.




25 de abril de 2013

Salado I.

Dormía la siesta. Hubo algunos gritos. De repente estaba metida hasta la cintura en la mugre del río desbarrancado, de todo el río que se había metido en mi ciudad, en mi barrio, en la casa de mi viejo, de mi tío, de mi abuela, de varios amigos.
Agua de mierda, pensé. Agua marrón, agua de mierda, llena de mierda y de bichos. Asqueroso criadero de bichos. Repugnante inmundicia marrón.
Después conseguir pan. Y velas. Y cagarse a puteadas con el almacenero y el supermercadista y la señora de la rotisería que remarcaban los precios en medio del kilombo y la tristeza y la muerte. Y pasar la primera noche. Jamás tuve tanto miedo. Me acuerdo de abrazar a mis hermanos. Abrir los ojos como nunca y abrazarlos.
Tiros.
Gritos.
Agua.
Tres o cuatro días así. Con los ovarios en la boca. Viviendo de la radio. LT10 y LT9 eran la comunicación con el mundo, con ese afuera que parecía tan lejos. Tuvimos un poco de hambre. Mucho sueño. La pasábamos subiendo las cosas a ladrillos o al primer piso o donde se pudiera. Me acuerdo de mi vieja rescatando la cristalería familiar heredada desde hacía años y años, diciendo -Si nos inundamos y nos quedamos sin nada, vendemos las copas. Las vendemos y a la mierda- . 
Volaban los helicópteros, todo el día y toda la noche. Volaban tiros en el barrio. Cada noche, sonaba el estruendo de las bombas detonando la base del río, para que baje. Una, dos, tres, cuatro, cinco bombas conté. Me acuerdo de los vidrios de mi casa a punto de colapsar y las paredes retumbando, flojas.

Un miércoles salió el sol. Era un hermoso miércoles. No llovía. Ni nubes había. Ahora, a buscar a los que perdimos. De los que no sabíamos nada. El río se nos metió adentro. Teníamos que nombrar. Llamar. Buscar. Había tanta gente en las calles. Durmiendo en Avenida Freyre. Sin nada. Gente sola, solísima y triste.

Abrazar, abrazar, abrazar. Se convirtió en cotidiano, en necesario. Y después, en costumbre, claro. Si no te veo más, acá está mi abrazo. Y si te veo siempre, te abrazo porque necesito decirte que te quiero o que gracias o qué suerte que estás.
Ayudar, como se pudiera.
Limpiar la mierda.
Servir comida.
Juntar ropa.
Barrer.
Sentir este odio tan profundo por los hijosdeputa que dejaron entrar el río en mi ciudad y mataron tanta gente y se cagaron en la vida.
Las crucecitas en la plaza son nuestros muertos. Pero también son las casas perdidas. Las fotos de los hijos. Los muebles. Los útiles de la escuela. Los libros.
Los hijosdeputa siguen sueltos. Reutemann. Balbarrey. Todas esas lacras. Tarde o temprano la justicia los va a condenar, como corresponde.
Mientras tanto, hubo que armar de nuevo.
Revolver la mugre. Tirar. Construir.
Volver al primer miércoles de sol, después de la mugre marrón.
Todavía hoy, diez años después.


Foto de Periódico Pausa



23 de abril de 2013

Respiro.

Darle aire al tiempo
para que la boca no se canse
de barajar rutinas y ciclos 
que no busca, la pobre.

Darle aire.
Un respiro a los ojos
para renovar las alas y el deseo

Al fin y al cabo
todo
necesita respirar.

...azul es tu soledad, ámbar es la bruma de tu alma... - Flaco Spinetta - Bahía Final
Dibujo: Gabi Rubi

20 de abril de 2013

Habana.


Muero de ganas de escribir poemas en La Habana. E inventar un mundo de palabras y guerrilla. 
Quiero ser una novia del Che, cualquier novia del Che, en Santa Clara, ardiendo de amor y revolución.
Hacerle muchos hijos que se llamen Ernestos y Fideles y Emilianos. 
Y gritar Hasta la Victoria inclusive cuando voy a comprar el pan. 
Quiero llevar una carabina capaz de asesinar antipatrias cipayos gorilas.
Y sin embargo, escribir poemas de amor en La Habana. 
Amanecer con el calor caribeño del mundo a medio hacer, lleno de compañeros.




"Vienes quemando la brisa, con soles de primavera, para plantar la bandera con la luz de tu sonrisa".



12 de abril de 2013

Crecer.

El Principito - Antoine de Saint-Exupéry

Creo que la gente crece para adelante.
Lo de arriba y abajo es una mentira inventada por este mundo consumista y bipolar que ve altos y petisos, blancos y negros, pobres y ricos.
Crecemos como podemos. Caminando. Hacia adelante. Dar pasos en falso y retroceder, es inevitable. Crecer cuesta un montón de vida y duele. Y es hermoso y contradictorio, como todo lo que vale la pena.
La mayoría de las veces, por suerte, hay gente que nos da la mano. O que nos la suelta cuando ya es necesario. Vamos aprendiendo así, accidentadamente, que estamos hechos de sueños y errores, estrellas, paradojas, ventanas y papeles. Cuesta no perder la capacidad de asombro, las ganas de cambiar el mundo, mirar todo como si fuera la primera vez, con ojos de niño. Crecer para adelante sabiendo mirar para arriba, con las ganas intactas de aprender a volar, porque lo imposible sólo está en nuestra cabeza.
Caminar con ganas, como nos sale, con amor, con abrazos, es la mejor manera que conozco de ser feliz.

8 de abril de 2013

quiero III


te mido la boca, los rincones, el abrazo estremecedor.
quiero nadar en tus ojos todas las noches.
-todas las noches-
te quiero amanecer.
salir con gusto a vos a la mañana.
encontrarte, de repente, impregnado en mi ropa, en el viento, los ojos
te llevaría con gusto.

esas pequeñeces confirmarían que estás siendo conmigo


"El beso", de Gustav Klimt (en un muro de Siria)

4 de abril de 2013

Pena.

Sonó un ruido seco. En algún lado estaba rompiendo algo, o varias cosas, que habían permanecido intactas por muchos años -duele como la putamadre-. Volvió a sonar. Algo así como una rama que se parte o las hojitas que pisamos al caminar -porque mis felicidades más lindas y mis tristezas más terribles, siempre tienen que ver con el otoño-. Es increíble que ya haya llegado abril. Este abril que siempre es muchos abriles. Un solo abril a mil, que me asesina me grita me estremece, pero me arde, me libera.
Silbé un tanguito por lo bajo. Lo sigo haciendo, ahora mismo. Pienso que el tango embellece la pena, cuando ya se la puede nombrar. Y pienso que todo puede ser un poco más bello, incluida la pena ésta, que me invade a veces. Si la música hace todo más lindo, la tristeza también debe tener sus compases. Yo pienso que esta pena mía, la del ruido seco que suena acá adentro, es un dos por cuatro. Y escucho postales del alma allá a lo lejos, y pienso qué hermoso que estos tipos hayan escrito esta música en el país que habito, y me alimenten el alma así, de esta manera tan crucial y necesaria.
En fin, la pena. El ruido seco. Tengo que invitarlos a pasar, de una buena vez por todas. Sí. 
Que lloren conmigo estas cosas que no digo, y ya no quiero no decir. 
Que vengan acá al lado mío, para empezar a nombrar.




Silbé las letras y a mi guitarra
el encordado se le enlutó.
Hoy canto algunas cantando aquellas
Canto por nadie, canto por vos.
Postales mías del alma viva
fotografiando lo que yo soy.
Letra: Adrián Abonizio