11 de febrero de 2015

Rutinas.

Sin querer quizás, uno construye rutinas. En la casa, en el trabajo, en el amor, en la amistad, ni hablar de la familia.

Creo que es la forma que tiene el ser humano de habitar el mundo. Sé que aunque no tuviera que trabajar, tendría algún tipo de rutina. Crear agendas, pautar reuniones, visitar gente que quiero, cobrar el salario, pagar las cuentas, programar el fin de semana, comprar comida, y así sucesivamente, de acuerdo a cómo venga cada semana y cada mes. Esta es la parte que no me gusta. La rutina de los días cuando se parecen mucho entre sí. Volver a besar una vez a la semana, planificar el amor –como si anduviera pidiendo permiso- porque hay una rutina del trabajo, de las obligaciones, de los compromisos que están ahí, pendientes, y un poco escapan a nosotros.

A veces es agobiante y terrible, pero para ser honesta, la mayoría de las veces se lleva bien. Es una suerte que haya gente buena onda poblando el universo que no tiene mucho problema con nada. Ni con la rutina, ni con otra gente, ni con las responsabilidades. Son una balanza para el mundo. Porque, claro, también están los cascarrabias, los de la queja compulsiva, los críticos de manual, los aduladores, los siniestros, los trepadores, los egoístas.

Creo que, la gran parte de las veces, la acepto. Porque creo también que el paso de los días siendo siempre una aventura eventualmente se debe transformar en algo rutinario, y extremadamente agobiante. Y si existiera una forma en que la vida no se vuelva rutinaria, probablemente implicaría cambiar de gente todo el tiempo, de realidades, de cotidianeidad, de lugares. Y la verdad que no, gracias. Prefiero viajar, cada tanto, llenarme la mirada de paisajes nuevos, de gente distinta, de sabores, olores, momentos. Y volver a casa, después. Darme cuenta de cómo extrañé lo que conozco, lo que tengo, los otros que están cerca de mí.

Existen además, las otras rutinas. Las que llenan el corazón. Beber cerveza o vino, comer rico, abrazar con todo el cuerpo, compartir la risa, la mesa, la copa, el baile, la gratitud y las manos con gente hermosa que anda aquí y allá, alrededor. Hacer el amor, especialmente después de unos días, y sabiendo que ese cuerpo habitando la cama es el único país que necesito.

Igual, a veces, quisiera que exista la casualidad un poco más seguido. Y hallar dinero en la calle. O los días nublados, viste? No entiendo cómo no nos encontramos casualmente, bajo la lluvia, los días nublados. Momento ideal para beber en abundancia, mojarnos de lluvia y hablar del mundo horrible y del hermoso mundo y de lo que queremos y de lo que tenemos y de lo que nos falta.

Se hace la vida, eso quiero decir. Avanza con relojes, rutinas, pasados mañanas y calendarios. Pero también avanza con carcajadas, abrazos, miradas. Y, por ahora, es todo lo que quiero.



Julieta Arroquy



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