Soñé con una noche terriblemente oscura. Estaba en una casa gigante, también oscura. Había gente conmigo, adentro de la casa. Y miedo. Un miedo terrible que se palpaba, podía tocarlo con las manos. Desde el patio venían ruidos secos, como golpeteos sobre una superficie dura, madera quizás.
Una amiga, la única persona que conocía de la casa, me dijo que parecía que había que tener cuidado, porque la gente que estaba ahí no hablaba.
Las puertas estaban bloqueadas, era imposible salir. Sentí un miedo espeso, que estaba adentro mío y contagiaba a los demás. Cuando noté eso, cerré los ojos, me miré las manos, y un calor nuevo me nació del estómago, y subía, subía por el pecho, hasta la garganta.
Perdí la ropa que llevaba puesta en algún momento. Alguna voz desconocida me dijo que se la había llevado alguien que de verdad necesitaba cubrirse.
Vos no -me dijo la voz. Estaba desnudísima en plena oscuridad, el calor me sofocaba un poco y el miedo -que ya no era mío- estaba invadiendo las paredes de esa casa vieja y pesadillesca.
No -dije. Yo acá no me quedo más.
Salir te puede costar la vida -me dijo la misma voz.
Y me dió paz. Una paz que nunca sentí. Una paz que me invadió las entrañas.
De repente estaba en el patio de la casa. Un patio gigante y negro, plagado de árboles con hojas negras. Había viento, sentía frío en los pies, pero nada más. Me acerqué al árbol que estaba más cerca, a mi derecha, y alcé del piso una de las hojas negras y al árbol se le cayeron todas, instantáneamente. Llegué a ver unos brotecitos verdes en ese patio oscuro, pero me estaba alejando de ahí, despacito, llevada por otra cosa que no eran mis pies.
De alguna forma me fui, aunque seguía igual de desnuda, y con frío.
Alguien me dió la mano. El calor volvió y se instaló en el pecho. Y sentí la paz hermosa otravez.
Tenía miedo de que me comas el corazón, eso era todo -le dije.
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