27 de junio de 2014

Invierno.

esta noche tengo los pies fríos, me atacaron de sorpresa hace unas horas y corrí a cubrirme de medias gruesas, pantuflas, frazadas. y en un rapto de lucidez agradecí por tener todo eso.
pasa que llegó el invierno a este hemisferio. el tiempo de las estufas, los resfríos, las bufandas, los guisos, los acolchados, el café caliente.

el fresco asoma esta noche por las rendijas de las ventanas de mi casita
se echa a andar por el piso
arrastra la noche gigante a su paso
susurra que vino para quedarse

allá afuera hace frío
asomo la nariz a la ventana y lo respiro, dejo que la cara se me impregne de invierno
junto en una bolsa una frazada, algunos pulóveres que ya no uso y los dejo cerca de la puerta porque mañana tendrán otros dueños
miro las estrellas, al cielo o a la gente, quién sabe
y pido: que todos tengan una estufa, un café caliente
un abrazo firme y abrigado este invierno.


19 de junio de 2014

28, parte II

-O: yo no quiero perder ninguna caricia-


Me llamo Natalia que significa nacimiento, la que cuida de la vida, y principalmente, nacida en navidad.
Pero vi el mundo por primera vez una noche de junio, cerca del final del otoño. Géminis. Hasta las palabras que me faltan.
Nacer de nuevo es algo que cada tanto me sucede. Debe ser que Natalia tiene algo que ver con los nacimientos, como anuncia la etimología. No me creo eso de que la vida sigue. Pienso que la vida es una sucesión de nacimientos propios, cada vez que sea necesario, cada vez que sea urgente, cada vez que pique adentro.
De todos los futuros que imaginé, jamás vislumbré este presente. Y eso que, como geminiana, tengo una imaginación verborrágica. Un presente marcado por el reencuentro, pero también por las caricias, la intuición afilada, las carcajadas, las tristezas nuevas y casi accidentales, las lecturas asombrosas, el amor. ¡Y qué lindo eso! Qué bueno que el amor no se planee, que irrumpa así, en el medio de una cama, una noche cualquiera y sin previo aviso. Sucediendo, asombrosamente.
Me entristecen las cosas que ya no tienen solución, y que en realidad, nunca la tuvieron. A veces me invade una angustia que no sé nombrar. Hasta que lo sé. Y sigo.
No sé comprender, siempre y todavía, cómo cambian las relaciones, las prioridades, la gente, los problemas.
Después, por suerte, las palabras. La cura improvisada y necesaria de poner algunas palabras hiladas en el papel o la pantalla. Desagotar palabras, que no son sólo palabras, claro. Eso debe ser de lo más lindo que me sucede. Y sucede seguido.
Comprender de a poco que muchas cosas son como son y vamos cambiando. Todo va cambiando, lenta y certeramente.
Sé que me llamo Natalia siempre cerca del final del otoño, renaciendo cada laberinto que me ha sabido nombrar. Y es siempre un nuevo nombre cuando despunta el invierno y cala los huesos.
Y qué suerte que no hay tantas certezas, me digo a veces, para no morir de aburrimiento.
Y qué suerte las ganas de hallarse. Encontrarse en el tumulto cotidiano con los otros, que brillan.
Ésta Natalia, que escribe y nace, no quiere perderse ninguna caricia ni ningún amor ni nada que signifique que me puede estallar el alma.

Sé que me llamo Natalia, la de los 28, cerca del fin del otoño.  


Quien me quiera amar
amará también lo peor de mi
con ardor.
El corazón del mundo
canta en mi corazón
mis pies siguen bailando 
sin cesar.


12 de junio de 2014

28, parte I

- O: la edad me pone verborrágica- 


Cumplir años me resulta un hecho trascendental. Ya lo he dicho varias veces. Y tiene que ver con que cada vez que se acerca mi natalicio, empiezo a contar, de atrás para adelante, todo lo que hice, crecí, sané, escribí, dolí, lloré, amé. Y siempre me maravillo de lo mucho que es. De todo lo que es.
Cumplir años es comenzar a contar las canas nuevas y lamentarse por ellas, inevitablemente. Y contar, después, los abrazos, los mimos, las palabras, los tequieros, los textraños, las anécdotas, los caminos, los reencuentros, las ausencias, las presencias, las alegrías, las carcajadas. Todo eso. Lo de antes, lo de ahora, lo que está para quedarse. Lo que perdimos. Lo que soltamos. Lo que amamos. Especialmente, lo que amamos con la libertad de elegirlo. Las personas y los libros y los veladores y las almohadas y los ocios y, principalmente, los abrazos.

Muchas veces pienso que me desvanecería en la nada si no tuviera la red de abrazos que me rodea. Y ese descubrimiento refuerza mi única creencia: amar lo que tengo, que, por poco que parezca, es un montón.
Y me pasa también, cuando estoy cerca del aniversario de mi natalicio, que encuentro plenitud. Hoy, me doy cuenta que tengo todo lo que necesito para ser feliz. Y eso me renueva las alas, las ganas, el cuore. Me atraviesa la existencia vislumbrar, a veces, la circularidad de la historia, la casualidad de algunos eventos, la causalidad de otros, las decisiones que nos marcan para siempre.

¿Cómo fue que llegué hasta acá, que soy esta que soy?, me re-pregunto cada vez.
En algún momento, pienso, dejé de hacerme la boluda y crecí. Y ahora no paro de crecer. Y de sorprenderme por lo crecido, lo construido, lo descubierto. Mirá qué loco, la cantidad de años que acumulé. Y es tan poco, en realidad. Esa paradoja del tiempo/espacio me maravilla siempre. Soy adulta, es así.

28 otoños, natalia, qué cosa bárbara.

Más allá de que no tengo nada resuelto, de que no sé que habrá en el futuro, y de que tengo un ramillete de deseos frescos, tengo esta sensación, que brilla, de que no voy por mal camino.

Porque, hay que ser sincera con una misma, perdí varias batallas. Amé tanto a los hombres que amé que no sé cómo tengo entero el corazón. Y claro, también fui egoísta, cínica, abandónica, charlatana, chismosa, histérica. Y lo soy todavía, porque este es un solo paquete imperfecto, por suerte.

Sin embargo en el medio entregué lo que tenía a quien lo quisiera tomar. Inventé otoños de amor que no fueron y escribí poemas desesperados y cartas que jamás verán sus destinatarios. Fui feliz. Soy feliz, muy. Y esto de la felicidad es una cosa extraña, que se descubre por tramos, en instantes que muy poco tienen que ver con la felicidad en el imaginario sentidocomunacho. Como ahora, por ejemplo, que escribo estas cosas en un recreo del trabajo de oficina. Un intersticio que me doy, en este instante preciso, para escaparme de la vorágine.

Igual, queda mucho por cambiar. Tengo prejuicios, debilidades, miedos, errores, inseguridades, desaciertos, vanidades, críticas. A veces no empatizo con nada ni nadie, el mundo es una mierda, todos se equivocan menos yo, qué forra la humanidad, qué ganas de nada, qué inútiles somos, y otras peroratas del mismo tinte. Sí, me equivoco, claro que sí.
Por suerte, me rodea gente sabia. Aquella red de abrazos que sabe mostrarme mis errores, para que escriba y escribiendo los vea, los suelte, los cambie.

Soy un saco de emociones por estos días. De mieditos. De vulnerabilidades. El futuro es tan grande que me aterra un poco. Pero después, en el festejo, sé que no hay nada que valga más la pena que compartir todo lo que soy con los que quieran estar y con los que yo quiero estar. Y agradezco por eso, siempre.

28 natalia, mirá qué loco. Al final del otoño, 28.

Y no es poca cosa haber llegado, y sentirme un poco añejada, como los vinos que amo. Porque al fin y al cabo, sólo hay otra opción a la de cumplir años, y gracias pero no, quiero llegar a vieja chota. Cumplir años es, indefectiblemente, vivir. Y es bueno saber que en ese trajín amo, sueño y construyo, a pesar de las batallas perdidas (y las que quedan). Y a pesar, sobre todo, de que estoy llegando peligrosamente a los 30.



Tiempo al tiempo al tiempo
cada huella irá encontrando su arena
cada beso deteniendo un momento
y cada canción matando una pena.



8 de junio de 2014

Sonríe.

sonríe, usted
conmigo

y a mi se me abre el alma toda
algo da saltos acá adentro
tengo una habitación llena de besos
y ganas de cuidarnos
y amar este tiempo que nos junta
esta tarde -y las que faltan-

porque sonríe, usted
conmigo



no maltrates nunca mi fragilidad
yo seré el abrazo que te alivia