-O: yo no quiero perder ninguna caricia-
Me llamo Natalia que significa nacimiento, la que cuida de la vida, y principalmente, nacida en navidad.
Pero vi el mundo por primera vez una noche de junio, cerca del final del otoño. Géminis. Hasta las palabras que me faltan.
Nacer de nuevo es algo que cada tanto me sucede. Debe ser que Natalia tiene algo que ver con los nacimientos, como anuncia la etimología. No me creo eso de que la vida sigue. Pienso que la vida es una sucesión de nacimientos propios, cada vez que sea necesario, cada vez que sea urgente, cada vez que pique adentro.
De todos los futuros que imaginé, jamás vislumbré este presente. Y eso que, como geminiana, tengo una imaginación verborrágica. Un presente marcado por el reencuentro, pero también por las caricias, la intuición afilada, las carcajadas, las tristezas nuevas y casi accidentales, las lecturas asombrosas, el amor. ¡Y qué lindo eso! Qué bueno que el amor no se planee, que irrumpa así, en el medio de una cama, una noche cualquiera y sin previo aviso. Sucediendo, asombrosamente.
Me entristecen las cosas que ya no tienen solución, y que en realidad, nunca la tuvieron. A veces me invade una angustia que no sé nombrar. Hasta que lo sé. Y sigo.
No sé comprender, siempre y todavía, cómo cambian las relaciones, las prioridades, la gente, los problemas.
Después, por suerte, las palabras. La cura improvisada y necesaria de poner algunas palabras hiladas en el papel o la pantalla. Desagotar palabras, que no son sólo palabras, claro. Eso debe ser de lo más lindo que me sucede. Y sucede seguido.
No sé comprender, siempre y todavía, cómo cambian las relaciones, las prioridades, la gente, los problemas.
Después, por suerte, las palabras. La cura improvisada y necesaria de poner algunas palabras hiladas en el papel o la pantalla. Desagotar palabras, que no son sólo palabras, claro. Eso debe ser de lo más lindo que me sucede. Y sucede seguido.
Comprender de a poco que muchas cosas son como son y vamos cambiando. Todo va cambiando, lenta y certeramente.
Sé que me llamo Natalia siempre cerca del final del otoño, renaciendo cada laberinto que me ha sabido nombrar. Y es siempre un nuevo nombre cuando despunta el invierno y cala los huesos.
Y qué suerte que no hay tantas certezas, me digo a veces, para no morir de aburrimiento.
Y qué suerte las ganas de hallarse. Encontrarse en el tumulto cotidiano con los otros, que brillan.
Ésta Natalia, que escribe y nace, no quiere perderse ninguna caricia ni ningún amor ni nada que signifique que me puede estallar el alma.
Sé que me llamo Natalia, la de los 28, cerca del fin del otoño.
Quien me quiera amar
amará también lo peor de mi
con ardor.
El corazón del mundo
canta en mi corazón
mis pies siguen bailando
sin cesar.
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