La única verdad es la realidad.
Aristóteles. Perón. Urondo. Etc.
George Orwell tenía razón. Cuando escribió "1984", allá por 1948, postulaba que la sociedad del futuro sería sumisa, dominada y, principalmente, no conocería la verdad. Nada, pero nada de nada, de lo que se escribía o producía en ese mundo del futuro era realmente verdad. Pero no existía forma de comprobarlo. La documentación se actualizaba constantemente, a medida que sucedían los cambios, y lo anterior era totalmente eliminado. Ni un rastro de lo previo. El Ministerio de la Verdad llamó Orwell a ese lugar encargado de actualizar la realidad, transformándola en una distinta a la anterior.
¿Les suena familiar?
Pues claro. Hoy se llama Facebook, y es un ejercicio que hacemos todos los días. Ayer con una fecha de Volver al Futuro. Hoy con la muerte de Badía.
La información que sale en Facebook pensamos está actualizada y la asumimos verosímil. Y, las más de las veces, la creemos porque no tenemos muchas formas (ni interés) de corroborar que sea o no lo que se dice allí, cierto. Y reproducimos esa información porque son las "reglas" de esa red social: Decir algo, siempre, por más pelotudo que sea.
Pero ese ejercicio, el de la reproducción, no es el peligroso. El verdaderamente peligroso es el de la eliminación. Si eliminamos los verosímiles que creímos verdaderos pero se transforman en falacias (o imprecisiones, o incongruencias o, lisa y llanamente, mentiras) ¿cuánto falta para que eliminemos la verdad? ¿O será que ya lo estamos haciendo?
La información es poder, dicen. Sólo habría que imaginar el poder que tendrían aquellos que pudieran tergiversar la realidad... Paren! Freno de mano! Ya lo hacen, se llaman medios de comunicación masiva. Hola, qué tal, mucho gusto. Contame qué tenés en el plato del morbo y el sexo para las noticias de hoy. Igual, ese es tema para una laaaarga reflexión, en otro momento.
Empaparse de los muchos verosímiles que circulan, discutirlos, criticarlos y desmentirlos, si es necesario, es la tarea que nos toca para no eliminar realidades. Tremenda tarea, sí. Pero el objetivo lo vale: no convertirse en obsecuentes, y formar(se) para tener conciencia de uno mismo y los otros (que son yo, indefectiblemente).
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