Agua de mierda, pensé. Agua marrón, agua de mierda, llena de mierda y de bichos. Asqueroso criadero de bichos. Repugnante inmundicia marrón.
Después conseguir
pan. Y velas. Y cagarse a puteadas con el almacenero y el supermercadista y la señora de la rotisería que remarcaban los precios en medio del kilombo y la tristeza y la muerte. Y pasar la primera noche. Jamás tuve tanto miedo. Me acuerdo de abrazar
a mis hermanos. Abrir los ojos como nunca y abrazarlos.
Tiros.
Gritos.
Agua.
Tres o
cuatro días así. Con los ovarios en la boca. Viviendo de la radio. LT10 y LT9 eran la comunicación con el mundo, con ese afuera que parecía tan lejos. Tuvimos un poco
de hambre. Mucho sueño. La pasábamos subiendo las cosas a ladrillos o al primer piso o donde se pudiera. Me acuerdo de mi vieja rescatando la cristalería familiar heredada desde hacía años y años, diciendo -Si nos inundamos y nos quedamos sin nada, vendemos las copas. Las vendemos y a la mierda- .
Volaban los helicópteros, todo el día y toda la noche. Volaban tiros en el barrio. Cada noche, sonaba el estruendo de las bombas detonando la base del río, para que baje. Una, dos, tres, cuatro, cinco
bombas conté. Me acuerdo de los vidrios de mi casa a punto de colapsar y las paredes retumbando, flojas.
Un
miércoles salió el sol. Era un hermoso miércoles. No llovía. Ni nubes había. Ahora, a buscar a los que perdimos. De los que no sabíamos nada. El río
se nos metió adentro. Teníamos que nombrar. Llamar. Buscar. Había tanta gente en las calles. Durmiendo en Avenida Freyre. Sin nada. Gente sola, solísima y triste.
Abrazar,
abrazar, abrazar. Se convirtió en cotidiano, en necesario. Y después, en costumbre, claro. Si no te veo
más, acá está mi abrazo. Y si te veo siempre, te abrazo porque necesito decirte
que te quiero o que gracias o qué suerte que estás.
Ayudar,
como se pudiera.
Limpiar la
mierda.
Servir
comida.
Juntar
ropa.
Barrer.
Sentir este
odio tan profundo por los hijosdeputa que dejaron entrar el río en mi ciudad y
mataron tanta gente y se cagaron en la vida.
Las
crucecitas en la plaza son nuestros muertos. Pero también son las casas
perdidas. Las fotos de los hijos. Los muebles. Los útiles de la escuela. Los
libros.
Los
hijosdeputa siguen sueltos. Reutemann. Balbarrey. Todas esas lacras. Tarde o temprano la justicia los va a condenar,
como corresponde.
Mientras
tanto, hubo que armar de nuevo.
Revolver la
mugre. Tirar. Construir.
Volver al
primer miércoles de sol, después de la mugre marrón.
Todavía hoy, diez años después.Foto de Periódico Pausa |
No hay comentarios.:
Publicar un comentario