Veintisiete años les cumplo hoy. Edad impar en año impar. No
sé si tiene importancia, pero me gusta que así sea. Como me gusta que haya
gentes hermosas cerca, abrazándome.
Hoy tengo veintisiete. No es que sea una gran novedad, pero
es la mía. Dos personas se embarazaron de mí nueve meses antes de un día como hoy, hace veintisiete
otoños, y la verdad se los agradezco, porque me gusta mucho ser yo. Sí, ando
con el ego hinchadito, hasta me doy cuenta y todo. Pero hoy tengo licencia para
eso, no?
Y además crecí. Y sané. Y soy feliz, contra todos los
pronósticos.
Quedan cosas por hacer, tantas.
Toda una vida enterita tendida a los pies.
Y sin embargo, tengo esta memoria de hace muchos años.
Ya le puedo decir a algún amigo: "hace más de una década que nos conocemos". Sí, suena a
vejez. Pero a mi me gusta.
Tengo la sensación de que acumulé pliegues en la piel,
memorias, arruguitas, cicatrices, personas, amores, rollos, miopías y un libro
mío –todo mío-.
Sé que ya no me cuestan tanto algunas cosas. Aprendí a
nombrar. A soltar. A caminar pausadito.
Sé que ya no soy una adolescente –costó comprenderlo, costó-.
Un signo de madurez, supongo.
Sé que no quiero “aspirar a una vida mejor”. Me cago en los
que te enchufan recetas para la “vida ideal, el progreso, el perrito, los
hijitos”. Dejame nomás con esta vida mía, estrepitosa, a veces poco saludable,
frenética, tranquila, falible y hermosísima. La que me hago pasito a paso. Y la
que me descubre puta o monja, según el clima, pero nunca, jamás, señora de.
Sé que el mundo no es tan grande, tampoco. Encontré rincones
que adoro.
Sé que amar no es tan difícil ni traumático ni complicado
como suponía.
Sé que vivir sola es la mejor decisión que tomé en mucho
tiempo. Mi casita es mi cueva y mi mundo. El espacio que construyo adentro, y
afuera.
Veintisiete es el número de la celebración. Ya pasé el
tiempo en el que tenía la misma cantidad de años que de dedos. Eso es algo
importante. Y no me había dado cuenta de ese detalle hasta ahora. Mirá qué loco, tengo más años que dedos.
Supongo que los veintisiete también llegan con una cantidad incontable de
reflexiones pelotudas.
Sobreviví al apocalipsis preanunciado, a los agoreros de
caca permanente, a los aconsejadores compulsivos, a momentos de mierda, a los
señaladores de defectos, a tipitos que no me quisieron, a la santísima
facultad, a dios, a cuatro o cinco trabajos, a la familia unita.
No sé cómo soy, esa es la pura verdad. Y es lo que más me
gusta de cumplir años.
Que cambio. Y me contradigo. Y crezco, claro.
Sí sé que me encontré varias veces conmigo. Y eso bien vale
la pena celebrarlo.
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