Cuando
estoy por dormir, en ese umbral extraño entre la conciencia y el limbo, Nora me
mira con sus hermosos faroles verdes. Me sonríe con una sonrisa que me abraza
el alma. Y después me da la mano. Siempre me da la mano. Nora habita mis sueños
desde hace casi diez años. La llevo en mi dedo índice, todos los días, en
agradecimiento por su compañía, aunque no esté acá. Pienso que la Cruz del Sur, allá arriba,
está habitada por los ojos de Nora. Los verdes ojos de la mujer más bella que
conocí. Y que hoy extraño, infinitamente.
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