No sé qué
será de nosotros. A mí todavía me arden tus ojos cuando me dijeron te quiero la
otra noche y me dejaron muda de amor; de palabras no, porque ante los nervios
hablo y hablo y hablo. Todavía me arde el abrazo que dejaste enredado en la
cama, y las ganas de hacernos nuditos los domingos y que no existan los relojes
alarmas que atropellan el amor con la rutina. Tengo esta memoria gigante de la
noche, toda la noche, que fue otro país entre tu cuerpo, cuando nos habitamos
entre risas y sexo y vino y chocolates. Aún siento tu vocecita, fresca,
anunciándome al oído la mañana nueva que se asomaba a la ventana. Es de noche
todavía, te dije. Y pusiste la pava al fuego y me abrazaste con el cuerpo y la
boca y esos ojos que me dejan temblando. Sí, dijiste, es de noche. Y bajamos, después, escalón por escalón, hasta
el viento del lunes, a patear las horitas, vestidos y desanudados.
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