qué pelotuda.
sostener todo eso cuesta mucho. y más cuesta creérselo. y yo me lo creí. de verdad creí que no quería una historia que me volara los párpados, o un amor común y corriente -que ya por amor no tiene nada de común ni nada de corriente-.
qué cosa curiosa crecer. es una suerte que sea más veces un cachetazo que una caricia.
y pasó, hace un par de años, que una serie de eventos bastante desafortunados, me llevaron a preguntarme qué quería yo para mí misma. la respuesta era una pregunta ¿ser feliz? y ser feliz implicaba ponerme en movimiento. mirar. abrazar. sonreir. y claro, darme la cabeza contra la pared.
y entonces, esa parte que tenía entumecida por hacerme la dura, se despertó. me enamoré del primer boludo que me dijo dos cosas lindas al oído.
y fui feliz, claro, porque que aquel muchacho fuera boludo no significa que no me haya hecho feliz varias veces. pero no funcionó.
y sufrí.
y me hice la dura de nuevo. y otros eventos mucho más desafortunados me llevaron a preguntarme si quería lo que tenía. si ésta que era, era lo que quería ser. si mi vida me hacía feliz. y entonces no fue suficiente mirar y abrazar y sonreir. había que hablar. sacar de adentro los miedos terribles, las cosas guardadas, las inseguridades que pinchan.
y entonces, alguien que también parecía estar reparándose y reencontrándose consigo mismo, me dijo algunas cosas lindas al oído y, por supuesto, me volví a enamorar. esta vez, dije, va a funcionar. él está un poco roto como yo, nos sanamos juntos, creí.
y de verdad lo creí por un buen tiempo.
pero las roturas de él eran mudas y las mías estaban sanando muy bien. y el silencio a veces era tan grande y tan espeso, que sofocaba. lloré muchas veces ese silencio, hasta el último. el que decidí que fuera el último, suspiré aliviada. yo había crecido por sobre mis roturas, había sanado un montón de rencores viejos conmigo misma, había perdonado, había seguido. tenía claro que el camino estaba ahí, abierto y clarito, para que lo transite.
y andaba triste yo, tratando de olvidar al tipito de los silencios, pero tranquila, sin durezas nuevas. había cierta naturalidad en ese dolor que no sé cómo explicar. estaba ahí, doliendo yo, con cierta certeza de que iba a pasar, como todo: el tiempo es la mejor cura para el desamor, me decía. y eso sentía de día y lloraba de noche. así fue un largo rato.
qué cosa curiosa el dolor.
en el medio de eso, un buen día, un hombre, fresco y hermoso, me dijo que estaba muy linda, a pesar de mi soltería.
y me hizo reir hasta que se me arrugaron los ojos. y otro día casi se nos van dos días enteros de abrazos y charlas y carcajadas.
y pasó, hace un par de años, que una serie de eventos bastante desafortunados, me llevaron a preguntarme qué quería yo para mí misma. la respuesta era una pregunta ¿ser feliz? y ser feliz implicaba ponerme en movimiento. mirar. abrazar. sonreir. y claro, darme la cabeza contra la pared.
y entonces, esa parte que tenía entumecida por hacerme la dura, se despertó. me enamoré del primer boludo que me dijo dos cosas lindas al oído.
y fui feliz, claro, porque que aquel muchacho fuera boludo no significa que no me haya hecho feliz varias veces. pero no funcionó.
y sufrí.
y me hice la dura de nuevo. y otros eventos mucho más desafortunados me llevaron a preguntarme si quería lo que tenía. si ésta que era, era lo que quería ser. si mi vida me hacía feliz. y entonces no fue suficiente mirar y abrazar y sonreir. había que hablar. sacar de adentro los miedos terribles, las cosas guardadas, las inseguridades que pinchan.
y entonces, alguien que también parecía estar reparándose y reencontrándose consigo mismo, me dijo algunas cosas lindas al oído y, por supuesto, me volví a enamorar. esta vez, dije, va a funcionar. él está un poco roto como yo, nos sanamos juntos, creí.
y de verdad lo creí por un buen tiempo.
pero las roturas de él eran mudas y las mías estaban sanando muy bien. y el silencio a veces era tan grande y tan espeso, que sofocaba. lloré muchas veces ese silencio, hasta el último. el que decidí que fuera el último, suspiré aliviada. yo había crecido por sobre mis roturas, había sanado un montón de rencores viejos conmigo misma, había perdonado, había seguido. tenía claro que el camino estaba ahí, abierto y clarito, para que lo transite.
y andaba triste yo, tratando de olvidar al tipito de los silencios, pero tranquila, sin durezas nuevas. había cierta naturalidad en ese dolor que no sé cómo explicar. estaba ahí, doliendo yo, con cierta certeza de que iba a pasar, como todo: el tiempo es la mejor cura para el desamor, me decía. y eso sentía de día y lloraba de noche. así fue un largo rato.
qué cosa curiosa el dolor.
en el medio de eso, un buen día, un hombre, fresco y hermoso, me dijo que estaba muy linda, a pesar de mi soltería.
y me hizo reir hasta que se me arrugaron los ojos. y otro día casi se nos van dos días enteros de abrazos y charlas y carcajadas.
tienen que entender ustedes que estas cosas no pasan a menudo, y yo soy una descreída de los momentos hermosos -tengo un cinismo latente que muchas veces es insoportable-.
entonces, el hombre fresco era mi buen momento de la semana, la parte linda de una serie de días horribles, con muchas noches tratando de sacarme del cuerpo y la mente al tipito de los silencios. que se iba yendo, despacito, pero se iba yendo a enmudecer otros territorios.
hasta que una buena noche, como quien no quiere la cosa, el hombre fresco me miró con otra intensidad. y yo hice otro tanto. y nos abrazamos.
y otra buena noche me dijo que me quería. y yo le dije lo mismo.
y ahora sucede que hay noches que me encuentro extrañándolo con los huesos. como se extraña el invierno en días de mucho calor, o el sol de un país nuevo cuando en casa está nublado.
y hay otros días en que soy una valija llena de miedos. pero convencida de que si ese camino clarito que estaba abierto me trajo hasta acá, no debo haber hecho tantas cosas mal.
porque, claro, estoy enamorada otra vez. y queriendo como se quiere un amanecer de otoño, o la ducha caliente después de un día largo y frío, o el café con leche de un desayuno en invierno, o la siesta. estoy queriendo hasta los defectos, con las ganas radiantes de construir y viajar y crecer y hallarnos siempre, cada vez, con este hombre fresco que llegó.
qué cosa curiosa el amor, al fin y al cabo.
entonces, el hombre fresco era mi buen momento de la semana, la parte linda de una serie de días horribles, con muchas noches tratando de sacarme del cuerpo y la mente al tipito de los silencios. que se iba yendo, despacito, pero se iba yendo a enmudecer otros territorios.
hasta que una buena noche, como quien no quiere la cosa, el hombre fresco me miró con otra intensidad. y yo hice otro tanto. y nos abrazamos.
y otra buena noche me dijo que me quería. y yo le dije lo mismo.
y ahora sucede que hay noches que me encuentro extrañándolo con los huesos. como se extraña el invierno en días de mucho calor, o el sol de un país nuevo cuando en casa está nublado.
y hay otros días en que soy una valija llena de miedos. pero convencida de que si ese camino clarito que estaba abierto me trajo hasta acá, no debo haber hecho tantas cosas mal.
porque, claro, estoy enamorada otra vez. y queriendo como se quiere un amanecer de otoño, o la ducha caliente después de un día largo y frío, o el café con leche de un desayuno en invierno, o la siesta. estoy queriendo hasta los defectos, con las ganas radiantes de construir y viajar y crecer y hallarnos siempre, cada vez, con este hombre fresco que llegó.
qué cosa curiosa el amor, al fin y al cabo.
[la hojita que lo contenía dice, al pie, abril 2014
lo encontré hoy, y me resultó curioso que el otro crecer
también fuera de un abril, pero de 2013.
coincidencias.
o no.]
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