9 de noviembre de 2014

Encuentros.

Me duró un año, tres meses y 18 días aquel amor. Hice las cuentas hace poco, sabiendo que no tenía ningún fin más que afirmar: amé a un hombre durante cuatro estaciones completas, y una más. Tuve ese raro privilegio. Y también tuve el hermoso privilegio de dejarlo de amar, para siempre.

Después la vorágine. La parte enorme que no tiene palabras. Y al poco tiempo, las hermosuras halladas, que poco tienen que ver con algo buscado, pero llegan para quedarse.
Después lo nuevo. Y los días brillantes que no tienen parangón, y se convierten en largos meses, ya, de ojos abiertos y estupefactos. Asombrados. Y las manos llenas, llenísimas.
En el medio, encontrar la soledad hermosa de hallarme. Y hallar en otras manos el amor. Y que no me confundan mis inseguridades acechantes y siniestras.

Lo cierto es que hace ya un tiempo largo y lindo, vi un rayito de sol inundarte la cara. Y te vi reír conmigo, con todo el cuerpo. Nos hacemos felices, aunque lo decimos poco. Y el abrazo que inventamos debe tener la forma de la perfección, o le debe andar cerquita. 
Te quiero como se quiere dormir escuchando la lluvia, acurrucados. O como un día de sol en plena primavera, a orillas del río, tomando mates. 


Todo y así, y cada día, que no es poco.

Un feriado de sol, donde había mates también.
Saliendo del Palacio San José, Entre Ríos.

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