Me duró un año, tres meses y 18 días aquel amor. Hice las
cuentas hace poco, sabiendo que no tenía ningún fin más que afirmar: amé a un
hombre durante cuatro estaciones completas, y una más. Tuve ese raro
privilegio. Y también tuve el hermoso privilegio de dejarlo de amar, para
siempre.
Después la vorágine. La parte enorme que no tiene palabras. Y
al poco tiempo, las hermosuras halladas, que poco tienen que ver con algo buscado,
pero llegan para quedarse.
Después lo nuevo. Y los días brillantes que no tienen
parangón, y se convierten en largos meses, ya, de ojos abiertos y estupefactos.
Asombrados. Y las manos llenas, llenísimas.
En el medio, encontrar la soledad hermosa de hallarme. Y
hallar en otras manos el amor. Y que no me confundan mis inseguridades
acechantes y siniestras.
Lo cierto es que hace ya un tiempo largo y lindo, vi un
rayito de sol inundarte la cara. Y te vi reír conmigo, con todo el cuerpo. Nos
hacemos felices, aunque lo decimos poco. Y el abrazo que inventamos debe tener
la forma de la perfección, o le debe andar cerquita.
Te quiero como se quiere
dormir escuchando la lluvia, acurrucados. O como un día de sol en plena
primavera, a orillas del río, tomando mates.
Todo y así, y cada día, que no es poco.
Un feriado de sol, donde había mates también. Saliendo del Palacio San José, Entre Ríos. |
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