7 de diciembre de 2014

Encuentros II

En algún momento sucedió.
Miré para todos lados, buscando alguna explicación racional,
pero no la encontré -por suerte-.
Debe estar, seguramente, en mentes que se empeñan en tratar de explicar esas cosas.

Lo cierto es que prefiero no saberlo.

Es más linda la sensación de que me arde la piel cuando te beso, y eso no tiene ningún tipo de lógica.
El río manso sonaba, despacito, en la playa de una ciudad reclinada a las orillas del Uruguay, un feriado de sol y mates.
Algo parecido a la plenitud. Tu voz diciendo alguna cosa que no tiene mucha importancia.
Estabas queriéndome ahí, vos enterito queriéndome. Y yo, queriéndote igual, de la misma forma.

Y supe, ahí mismo, que no tiene punto de partida el amor, ni de llegada.

Venimos y nos vamos tan solos de este mundo. Y a veces tenemos la suerte de que al llegar nos reciban con abrazos y besos. Pero seguimos solos después, casi siempre, durante gran parte del camino.
Es una suerte que esta que soy ahora ya no ande mirando para atrás. Y entienda que el presente es una belleza. Y no le falta nada.
Entonces, decía, miraba el río y te miraba. Nos besamos, claro, muchas veces. Hablamos de lo crecido que estaba el Uruguay, de lo mucho que nos queremos, del presente, de lo que íbamos a almorzar, del futuro.

Ese debe haber sido el momento justo que supe, con mis pocas certezas, que te había encontrado.
Aquí y ahora.
En toda la extensión que tiene el mundo, vos y yo nos encontramos. Y hoy nos elegimos.

Es una suerte que eso no tenga ningún tipo de explicación.


Río Uruguay, hace poco.


Antes estuvo éste: Encuentros.

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