Puede haber varias cosas que definen un barrio. Pero la principalísima de todas son los vecinos.
Hoy relampaguea y tormentea desde hace ya un par de horas en el mío. En la ciudad. Y en la ciudad de enfrente. En el medio de la actividad climatológica, una hace cosas, que debe y quiere. Yo, por ejemplo, hoy tenía pilates. Y fui, por supuesto. Es mi tiempo para mí. Y para no llegar redonda al verano.
Cuando salí de ahí, llovía, pero no mucho. Me arriesgo al almacén, dije. Fui. Mientras esperaba que me atiendan, pasó lo obvio: el tormentón. Con relámpagos y vientos y gotas bien gruesas. Completito. Hice tiempo charlando con el almacenero. Paró un poco, y salí. Las bocacalles eran ríos. Y con correntadas importantes en ambos lados. ¿Por dónde mierda cruzo? Pregunta crucial que me hice (sentiende?). Y existencial. Tres vecinos miraban desde la vereda de mi casa, a resguardo bajo techo, mirando qué carajo hacía, seguramente esperando que me quebrara una gamba tratando de cruzar (eso pensé, de mierda que soy nomás). Me mando, dije. Me mandé. La primer correntada salió bien. A la segunda tambaleé, porque ya estaba confianzuda, y la muy soreta se llevó mi ojota. Chau, dije, en voz alta.
-¡¡¡CORRELA!!! -escuché que me gritaban.
Y ahí nomás, dos vecinos, padre e hijo, salieron a correr la ojota media cuadra, con lluvia y todo. Hasta que la detuvo la rueda de un auto estacionado y, milagrosamente, subió a la vereda. Ojete. Puro ojete.
Y, claro, ya me hice amiga de mis vecinos. Gracias, gracias, les dije. De nada, de nada, replicaron.
Eso es un barrio. Que dos locos que ni te conocen te corran la ojota, con lluvia y todo.
Está decidido: no me mudo más.
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