14 de agosto de 2013

Nora.

Cuando estoy por dormir, en ese umbral extraño entre la conciencia y el limbo, Nora me mira con sus hermosos faroles verdes. Me sonríe con una sonrisa que me abraza el alma. Y después me da la mano. Siempre me da la mano. Nora habita mis sueños desde hace casi diez años. La llevo en mi dedo índice, todos los días, en agradecimiento por su compañía, aunque no esté acá. Pienso que la Cruz del Sur, allá arriba, está habitada por los ojos de Nora. Los verdes ojos de la mujer más bella que conocí. Y que hoy extraño, infinitamente.



3 de agosto de 2013

Nudos.


No sé qué será de nosotros. A mí todavía me arden tus ojos cuando me dijeron te quiero la otra noche y me dejaron muda de amor; de palabras no, porque ante los nervios hablo y hablo y hablo. Todavía me arde el abrazo que dejaste enredado en la cama, y las ganas de hacernos nuditos los domingos y que no existan los relojes alarmas que atropellan el amor con la rutina. Tengo esta memoria gigante de la noche, toda la noche, que fue otro país entre tu cuerpo, cuando nos habitamos entre risas y sexo y vino y chocolates. Aún siento tu vocecita, fresca, anunciándome al oído la mañana nueva que se asomaba a la ventana. Es de noche todavía, te dije. Y pusiste la pava al fuego y me abrazaste con el cuerpo y la boca y esos ojos que me dejan temblando. Sí, dijiste, es de noche. Y bajamos, después, escalón por escalón, hasta el viento del lunes, a patear las horitas, vestidos y desanudados.



1 de agosto de 2013

Mujeres.

Tengo esta genealogía llena de mujeres hermosas. Me han hecho ellas, las mujeres del mundo. 
Han lavado mis manos, mi cara. Me han llenado de caricias y besos. Me han abrazado inmensamente, hasta el fondo del alma.
Soy gracias al amor de mi madre y mis abuelas.
Ellas son el principio de mi camino. Ellas, mi árbol. Y la paciencia del aquelarre que me nombra parte de una trama que cuenta historias de hijos y de tiempos que ya no son y de hombres que fueron. En esas esquinas en las que crezco, llenas de mujeres, hallo a los hombres que amo. 
Los hombres de este tiempo, que crecen conmigo. Mis hermanos y amigos. Y mis amores hermosos.


S/T - Andrea Lértora


Feliz día, Pacha.

21 de julio de 2013

Poesía de café.

Puedo estar triste, claro. Y también tener unas ganas voraces de hacer el amor.
Miro mi talón izquierdo, que no es de Aquiles, sino de Natalia.
Pienso que no quiero hacer poesía de café. Ni parir hijos que no quiera tener. Ni ser agnóstica por las dudas, si dios no existe.
A veces quiero salir en pelotas y burlarme de los corpiños.
Hacer poesía así, con el pechito desnudo y unos kilos demás.
Cagarme de risa, mucho. Caminar la vida a carcajada limpia.
Estar un poco loca, también. Desnudamente cuerda y sanamente loca. Ser feliz.

Estrepitosamente feliz, contra todos los pronósticos.

20 de julio de 2013

Tipos.

Soy de esas privilegiadas que tienen amigos. Y no pocos. Y de todos los tipos.
Los de sangre. Los de siempre. Los de "de vez en cuando". Los de "cada muerte de obispo".
Los confidentes. Los loquitos. Los sanos. Los coherentes. Los amorosos. Los racionales.
Los abrazadores. Los militantes. Los ni fu ni fa. Los humoristas. Los besuqueiros. Los fiesteros. Los literatos. Lor ordenados. Los profesores. Los kilomberos. Los organizadores. Los colgados. Los fumados. Los sinceros.
Los hermanos y hermanas que elegí. Y que esta vida hermosa me fue poniendo en el camino.
Más allá del marketing y de la cosa construida para que compremos, celebro que andemos festejando la amistad: uno de los pocos amores que elegimos por nosotros mismos.
Que siempre haya amistad, les deseo, de la sincera, la profunda, la incorruptible. Y que siempre haya un abrazo cerca, para celebrarla.

¡Feliz Día!


6 de julio de 2013

Eso.

Pienso que esas miradas que él me da son, efectivamente, para mí.
Y las palabras que dice también son para mí.
Y algunos silencios.
Y las caricias.
Y el abrazo profundo, hermoso.



Algo tan ensordecedor como eso

19 de junio de 2013

27.

Veintisiete años les cumplo hoy. Edad impar en año impar. No sé si tiene importancia, pero me gusta que así sea. Como me gusta que haya gentes hermosas cerca, abrazándome.
Hoy tengo veintisiete. No es que sea una gran novedad, pero es la mía. Dos personas se embarazaron de mí  nueve meses antes de un día como hoy, hace veintisiete otoños, y la verdad se los agradezco, porque me gusta mucho ser yo. Sí, ando con el ego hinchadito, hasta me doy cuenta y todo. Pero hoy tengo licencia para eso, no?
Y además crecí. Y sané. Y soy feliz, contra todos los pronósticos.
Quedan cosas por hacer, tantas. Toda una vida enterita tendida a los pies.
Y sin embargo, tengo esta memoria de hace muchos años.
Ya le puedo decir a algún amigo: "hace más de una década que nos conocemos". Sí, suena a vejez. Pero a mi me gusta.
Tengo la sensación de que acumulé pliegues en la piel, memorias, arruguitas, cicatrices, personas, amores, rollos, miopías y un libro mío –todo mío-.
Sé que ya no me cuestan tanto algunas cosas. Aprendí a nombrar. A soltar. A caminar pausadito.
Sé que ya no soy una adolescente –costó comprenderlo, costó-. Un signo de madurez, supongo.
Sé que no quiero “aspirar a una vida mejor”. Me cago en los que te enchufan recetas para la “vida ideal, el progreso, el perrito, los hijitos”. Dejame nomás con esta vida mía, estrepitosa, a veces poco saludable, frenética, tranquila, falible y hermosísima. La que me hago pasito a paso. Y la que me descubre puta o monja, según el clima, pero nunca, jamás, señora de.
Sé que el mundo no es tan grande, tampoco. Encontré rincones que adoro.
Sé que amar no es tan difícil ni traumático ni complicado como suponía.
Sé que vivir sola es la mejor decisión que tomé en mucho tiempo. Mi casita es mi cueva y mi mundo. El espacio que construyo adentro, y afuera.
Veintisiete es el número de la celebración. Ya pasé el tiempo en el que tenía la misma cantidad de años que de dedos. Eso es algo importante. Y no me había dado cuenta de ese detalle hasta ahora. Mirá qué loco, tengo más años que dedos. Supongo que los veintisiete también llegan con una cantidad incontable de reflexiones pelotudas.
Sobreviví al apocalipsis preanunciado, a los agoreros de caca permanente, a los aconsejadores compulsivos, a momentos de mierda, a los señaladores de defectos, a tipitos que no me quisieron, a la santísima facultad, a dios, a cuatro o cinco trabajos, a la familia unita.
No sé cómo soy, esa es la pura verdad. Y es lo que más me gusta de cumplir años.
Que cambio. Y me contradigo. Y crezco, claro.
Sí sé que me encontré varias veces conmigo. Y eso bien vale la pena celebrarlo. 
Veintisiete otoños les cumplo hoy. Bienvenidos sean.

Brunancio




7 de junio de 2013

Sanar II.

Acá adentro hay cosas podridas, que ya no pueden ser más. Y abrir las ventanas ya no es suficiente.
Hay que tirar la basura de adentro. Juntarla, todita, desmenuzarla, clasificarla. Y arrojarla al río. 
Lagrimear un poco por eso que fue y ya no es más.
Que la pena recorra el cuerpo, un rato.
Que las basuritas se hagan camalote y después, más adelante, espuma de mar.
Yo me quiero quedar con el espacio vacío, lleno de nada, clarito como el agua, purificador.
Escuchar el silencio de ese espacio mío, ver correr la soledad del momento.
Y esperar que llegue lo que sea que tenga que llegar.


El comienzo, de Virginia Palomeque.


2 de junio de 2013

Interrupciones.


No me interrumpas ahora


                                                                       te estoy diciendo que te quiero



¿escuchás?



27 de mayo de 2013

25.

El otro día cantamos. Un pueblo todojunto cantando. Y bailando. Y siendo feliz, en la primera plaza del país. Desde hace diez años, somos felices ahí. Nadie nos caga a palos. Nadie nos echa. Tenemos el privilegio de vivir en este país, que hace fiesta en sus plazas y se llena de pueblo y de un amor enorme, abrazador, hermoso.
Decíamos hace dos noches: pocas veces vamos a poder decir que bailamos canciones de Charly o de Fito en la Plaza de Mayo. Cuánta felicidad. Qué ganas de abrazar inmensamente a la compañera Presidenta, y decirle todo lo que la queremos, la admiramos. Por suerte, lo sabe. Lo sabe perfectamente.
El amor al pueblo, del pueblo. Es eso.
¿Dónde estaban los que piden palos? ¿Los que se llenan la boca de odio y escupen: “acá ya no se puede vivir”? Qué tristes deben ser esas vidas, que no pueden sentir este amor con el pueblo, tan distinto, tan hermosamente único y diferente a todos los otros amores.
Fue una fiesta el 25. Un carnaval hermoso, repleto de abrazos con compañeros y compañeras desconocidos, pero que sienten el mismo amor con el pueblo, y porque era el día de la Patria, y a la Patria se la celebra y se la festeja y se le grita ¡Viva la Patria! en todo momento, para acariciarla. Y también, porque hace diez años el Flaco, ese compañero gigante, entró a jurar su mandato presidencial para cambiar el rumbo de nuestra historia. Sin dejar afuera de la Casa de la Patria sus convicciones e ideales. Así dijo. Y así fue.
Setecientas mil personas bailando, siendo felices, juntas y en paz, podemos dar fe de eso diez años después.






17 de mayo de 2013

Bondades.

S/T
Lo bueno es este cielo, de noche. La copa de vino. El vientito fresco de otoño, que asoma tímido a la ventana. Buenos son esos abrazos que empezaron hace tantos años, y aún hoy, quedan. Las amigashermanas y los amigoshermanos que calientan el corazón y ponen el oído para la catarsis y están estando, perdurando, queriendo(nos).
Lo hermoso es la nocturnidad de tus ojos profundos que miran. Y me ven, inexplicablemente, como si entendieran que todo es nuevo y asombroso y tengo miedo. Lo hermoso es que pueda quererte así, sin necesidad de decir tanto y hacer más.
Qué bueno tu abrazo y el mío, fundidos.
Qué bueno este tiempo, voraz y hermoso, que nos permite crecer con algunas palabras, con encuentros, bocas que salvan, sonrisas, abrazos, ojos que ven, silencios.
Esta pena, una cosa buena. Y la felicidad, también. Encuentro mis rincones ahí. Todas las máscaras que fui. Los espejos rotos que no supieron devolverme la mirada. Ahí están, las puedo contar, todas las veces que me quedé callada, que no supe nombrar/contestar/llamar. Y salí corriendo, muerta de miedo. Ojalá el tiempo me redima por lo que no pude decir. Lo bueno es que ahora todo resuena a viva voz, con la garganta fresca y nueva, por fin.
Qué cosa buena la palabra. Y nosotros, siendo(nos)

9 de mayo de 2013

Extrañeza II.

Te extraño, hoy. Quizás, andamos a destiempo por estos días.
Yo, por ejemplo, esta noche me voy a dejar invadir por unas tristezas, extrañas, que no son mías. Unas negruras ajenas que merodean en los bordes de las ventanas.
Esta noche las voy a dejar pasar. Que entren, que habiten, que hagan ronda alrededor del cuerpo.
Mañana las exhalo. Las exilio. Las sano. Mañana se van a ir con el primer rayito de sol.
Hoy, además, te extraño. Con las manos y los ojos, te extraño. Quizás, andamos desencontrados, caminando en esquinas que no son las nuestras, a destiempo, destemplados.
Por suerte, siempre puede ser tiempo de reencuentro.
Te espero, entonces, a la vera de un buen vino cualquiera de estos días, compañero.

7 de mayo de 2013

Sanar.


Cada vez estoy más convencida de que todo tiene que ver con el amor. Curarse también. Sanarse del tiempo, implacable, que dejó un montón de tajos abiertos. 
Curarse de la culpa, la maldita culpa. Curarse del decir cuando no hay necesidad de decir nada.
Sanarse de todas las ausencias. De los nombres que nos hacen mierda.
Es hora de arriesgarse hermosamente, emprender el camino, sanar con amor, vivir esta vida, viaje infinito. Y aprender a decir lo nunca antes dicho. 

And in that moment, I swear, we were infinite  -The perks of being a wallflower-




29 de abril de 2013

Salado II.


Hace algunos días un amigo con el que solía convivir me devolvió unas fotos familiares que se traspapelaron en la mudanza. En una de esas fotos estoy, pequeñísima, con mi perra La Negra. Mi abuela paterna Nilia, la Chiche, que hacía la comida más exquisita que jamás voy a volver a probar, era la dueña de esa foto. La tenía en su casita del barrio Pompeya, al norte bien norte de Santa Fe. La abuela no tenía muchas fotos, sólo las importantes. Las de su casamiento, las de su mamá -mi bisabuela Aurelia, o Chocha, para la familia-, las de su papá -el bisabuelo Numa-, las de su único hijo cuando era chiquito y orejón –mi viejo, que sigue siendo ambas cosas-. Y las fotos de sus nietos. De esas tenía varias. Mi mamá le había regalado bastantes, para que la abuela no se quedara sin fotos nuestras.
Hace diez años la abuela se inundó. No llegó el Salado a su casa, pero sí el agua de lluvia, que tapó las calles, las veredas, entró en las casas y se quedó por varios días.
Apenas pudimos, sacamos a la abuela de ahí, hasta que bajara el agua. Estábamos lejos. Me acuerdo de la sensación de no poder salir de casa, de no poder ir a verla. Un dolor intenso y nuevo, que no conocía. Lo mismo con la Claudi, la mujer que nos cuidó (nos cuida) desde que me acuerdo. Ella estaba en Barranquitas. El Salado le llevó todo, todo. Hasta un tapial, creo, y muchas de sus mascotas. Lo mismo con mi viejo, en Barrio Alfonso. Ahí sí que llegó el Salado y ¡cómo! Azotó la casa y tuvieron que bajar del techo a mi hermanito de meses en un bolso de viaje hasta la canoa que los sacó de ahí, de la mierda marrón 

–¡¡Cuidado que en el bolso está mi hijo!!- gritó Alejandra, la esposa de mi papá. 

Hoy es una anécdota familiar. Lo mismo mis tíos y primos. A Centenario llegó el Salado y rompió el techo de la casa, el gato se fugó para siempre, y la mugre quedó por días y días y días. Mis tíos, que son sordomudos, se despertaron sorprendidos por el agua en medio de la noche. No imagino el miedo, no puedo.
Lo más terrible fueron las fotos. Después de los llantos, de los abrazos, de agradecer por estar vivos, de putear hasta quedarnos sin aliento, de gritar, de patalear, de marchar, de limpiar la mierda, de putear, putear y putear, lo que faltaba eran las fotos. No quedaban fotos de mis primos cuando eran chiquitos. Se perdieron fotos de mi hermanito Fabrizio, recién nacido. Varias de mi papá cuando era chico. Algunas de mis hermanos y yo.
Meses después, ese mismo año, perdí mis amígdalas, mi virginidad, mi novio. Y la perdí a mi abuela Nora, la abuela materna de los hermosos faroles verdes. Ella no se inundó, su hijo sí –mi tío-. Y eso la carcomió. El Salado la mató, sin dudas.
Ahora, diez años después, pienso que no pasó el tiempo. Que fue ayer. Ayer estaba en quinto año de la secundaria, despertándome de la siesta, sorprendida por la violencia de lo que se podría haber evitado. Son diez años condensados en un cúmulo de memorias que pueden contarse con los dedos de la mano. Y la memoria más feroz y más terrible es la de ese 2003. La del Salado. Es curioso que ahora viva en una ciudad donde el río me significa cosas tan diferentes, tan cercanas a la hermosura. Y hace algunos días mi amigo me dio esa foto en que estoy en el patio de una de las casas en las que viví cuando era chica con mi perra La Negra. Una foto manchada por el agua. Una foto rescatada. Traída del olvido a este presente, diez años después de que se nos metió el Salado adentro y nos tapó la boca.




25 de abril de 2013

Salado I.

Dormía la siesta. Hubo algunos gritos. De repente estaba metida hasta la cintura en la mugre del río desbarrancado, de todo el río que se había metido en mi ciudad, en mi barrio, en la casa de mi viejo, de mi tío, de mi abuela, de varios amigos.
Agua de mierda, pensé. Agua marrón, agua de mierda, llena de mierda y de bichos. Asqueroso criadero de bichos. Repugnante inmundicia marrón.
Después conseguir pan. Y velas. Y cagarse a puteadas con el almacenero y el supermercadista y la señora de la rotisería que remarcaban los precios en medio del kilombo y la tristeza y la muerte. Y pasar la primera noche. Jamás tuve tanto miedo. Me acuerdo de abrazar a mis hermanos. Abrir los ojos como nunca y abrazarlos.
Tiros.
Gritos.
Agua.
Tres o cuatro días así. Con los ovarios en la boca. Viviendo de la radio. LT10 y LT9 eran la comunicación con el mundo, con ese afuera que parecía tan lejos. Tuvimos un poco de hambre. Mucho sueño. La pasábamos subiendo las cosas a ladrillos o al primer piso o donde se pudiera. Me acuerdo de mi vieja rescatando la cristalería familiar heredada desde hacía años y años, diciendo -Si nos inundamos y nos quedamos sin nada, vendemos las copas. Las vendemos y a la mierda- . 
Volaban los helicópteros, todo el día y toda la noche. Volaban tiros en el barrio. Cada noche, sonaba el estruendo de las bombas detonando la base del río, para que baje. Una, dos, tres, cuatro, cinco bombas conté. Me acuerdo de los vidrios de mi casa a punto de colapsar y las paredes retumbando, flojas.

Un miércoles salió el sol. Era un hermoso miércoles. No llovía. Ni nubes había. Ahora, a buscar a los que perdimos. De los que no sabíamos nada. El río se nos metió adentro. Teníamos que nombrar. Llamar. Buscar. Había tanta gente en las calles. Durmiendo en Avenida Freyre. Sin nada. Gente sola, solísima y triste.

Abrazar, abrazar, abrazar. Se convirtió en cotidiano, en necesario. Y después, en costumbre, claro. Si no te veo más, acá está mi abrazo. Y si te veo siempre, te abrazo porque necesito decirte que te quiero o que gracias o qué suerte que estás.
Ayudar, como se pudiera.
Limpiar la mierda.
Servir comida.
Juntar ropa.
Barrer.
Sentir este odio tan profundo por los hijosdeputa que dejaron entrar el río en mi ciudad y mataron tanta gente y se cagaron en la vida.
Las crucecitas en la plaza son nuestros muertos. Pero también son las casas perdidas. Las fotos de los hijos. Los muebles. Los útiles de la escuela. Los libros.
Los hijosdeputa siguen sueltos. Reutemann. Balbarrey. Todas esas lacras. Tarde o temprano la justicia los va a condenar, como corresponde.
Mientras tanto, hubo que armar de nuevo.
Revolver la mugre. Tirar. Construir.
Volver al primer miércoles de sol, después de la mugre marrón.
Todavía hoy, diez años después.


Foto de Periódico Pausa



23 de abril de 2013

Respiro.

Darle aire al tiempo
para que la boca no se canse
de barajar rutinas y ciclos 
que no busca, la pobre.

Darle aire.
Un respiro a los ojos
para renovar las alas y el deseo

Al fin y al cabo
todo
necesita respirar.

...azul es tu soledad, ámbar es la bruma de tu alma... - Flaco Spinetta - Bahía Final
Dibujo: Gabi Rubi

20 de abril de 2013

Habana.


Muero de ganas de escribir poemas en La Habana. E inventar un mundo de palabras y guerrilla. 
Quiero ser una novia del Che, cualquier novia del Che, en Santa Clara, ardiendo de amor y revolución.
Hacerle muchos hijos que se llamen Ernestos y Fideles y Emilianos. 
Y gritar Hasta la Victoria inclusive cuando voy a comprar el pan. 
Quiero llevar una carabina capaz de asesinar antipatrias cipayos gorilas.
Y sin embargo, escribir poemas de amor en La Habana. 
Amanecer con el calor caribeño del mundo a medio hacer, lleno de compañeros.




"Vienes quemando la brisa, con soles de primavera, para plantar la bandera con la luz de tu sonrisa".



12 de abril de 2013

Crecer.

El Principito - Antoine de Saint-Exupéry

Creo que la gente crece para adelante.
Lo de arriba y abajo es una mentira inventada por este mundo consumista y bipolar que ve altos y petisos, blancos y negros, pobres y ricos.
Crecemos como podemos. Caminando. Hacia adelante. Dar pasos en falso y retroceder, es inevitable. Crecer cuesta un montón de vida y duele. Y es hermoso y contradictorio, como todo lo que vale la pena.
La mayoría de las veces, por suerte, hay gente que nos da la mano. O que nos la suelta cuando ya es necesario. Vamos aprendiendo así, accidentadamente, que estamos hechos de sueños y errores, estrellas, paradojas, ventanas y papeles. Cuesta no perder la capacidad de asombro, las ganas de cambiar el mundo, mirar todo como si fuera la primera vez, con ojos de niño. Crecer para adelante sabiendo mirar para arriba, con las ganas intactas de aprender a volar, porque lo imposible sólo está en nuestra cabeza.
Caminar con ganas, como nos sale, con amor, con abrazos, es la mejor manera que conozco de ser feliz.

8 de abril de 2013

quiero III


te mido la boca, los rincones, el abrazo estremecedor.
quiero nadar en tus ojos todas las noches.
-todas las noches-
te quiero amanecer.
salir con gusto a vos a la mañana.
encontrarte, de repente, impregnado en mi ropa, en el viento, los ojos
te llevaría con gusto.

esas pequeñeces confirmarían que estás siendo conmigo


"El beso", de Gustav Klimt (en un muro de Siria)

4 de abril de 2013

Pena.

Sonó un ruido seco. En algún lado estaba rompiendo algo, o varias cosas, que habían permanecido intactas por muchos años -duele como la putamadre-. Volvió a sonar. Algo así como una rama que se parte o las hojitas que pisamos al caminar -porque mis felicidades más lindas y mis tristezas más terribles, siempre tienen que ver con el otoño-. Es increíble que ya haya llegado abril. Este abril que siempre es muchos abriles. Un solo abril a mil, que me asesina me grita me estremece, pero me arde, me libera.
Silbé un tanguito por lo bajo. Lo sigo haciendo, ahora mismo. Pienso que el tango embellece la pena, cuando ya se la puede nombrar. Y pienso que todo puede ser un poco más bello, incluida la pena ésta, que me invade a veces. Si la música hace todo más lindo, la tristeza también debe tener sus compases. Yo pienso que esta pena mía, la del ruido seco que suena acá adentro, es un dos por cuatro. Y escucho postales del alma allá a lo lejos, y pienso qué hermoso que estos tipos hayan escrito esta música en el país que habito, y me alimenten el alma así, de esta manera tan crucial y necesaria.
En fin, la pena. El ruido seco. Tengo que invitarlos a pasar, de una buena vez por todas. Sí. 
Que lloren conmigo estas cosas que no digo, y ya no quiero no decir. 
Que vengan acá al lado mío, para empezar a nombrar.




Silbé las letras y a mi guitarra
el encordado se le enlutó.
Hoy canto algunas cantando aquellas
Canto por nadie, canto por vos.
Postales mías del alma viva
fotografiando lo que yo soy.
Letra: Adrián Abonizio